Los días se convierten en meses y los meses en años.
Por alguna razón aquella tarde sentí la necesidad de estar más cerca de ella que nunca, quizá ya imaginaba el semblante triste de su rostro y su mirada tan apagada, tal vez ese fue el más maravilloso y a la vez el peor día de mi vida; me senté junto a ella y la acaricie tan suave y delicadamente como lo haces con una copa de cristal; con ese miedo que tienes de que se vaya a romper en cualquiera momento, hablé con ella y le di un ligero beso y pude sentir lo fría que estaba. El corazón se me encogió al verla llorar, no podía pronunciar una palabra; solo existía silencio entre las dos, ambas nos mirábamos con aires de penuria y nostalgia y yo… yo solo quería verla sonreír como hacía 15 meses atrás, escuchar su risa y la forma tan dulce de regañarte. ¿En qué momento llegaste a estar aquí? ¿Por qué no puedes moverte? ¿Cuánto debes de estar sufriendo?, mil preguntas me envolvían al verla sollozar y con la impotencia de no poder hacer nada, acariciándola la acompañé en su dolor y derra...